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El ya

Sólo nos queda el ya. Somos agujas histéricas a través del tiempo, atormentadas por un “qué vendrá”, doloridas por un “se me fue”. Vivir serenos cada instante es casi un lujo.

Sólo nos queda el ya. Somos eslabones de eternidad a forjar con las experiencias cotidianas, pero apenas si nos da tiempo el instante a esquivar los odios, los miedos y las fatigas de tantas cadenas agresivas.

Sólo nos queda el ya. Somos seres humanos nacidos en una época con la única función de pasar el testigo al siguiente en óptimas condiciones para que la carrera humana no concluya en un abismo.

Sólo nos queda el ya. Somos pequeños universos al va y ven de los avatares de las modas, culturas y experiencias que nos ametrallan en este arrítmico movimiento.

Sólo nos queda el ya. Somos grandiosas obras a ser creadas en cada ahora. Recoger experiencias entre los ecos que no callan, observar el momento con la esperanza, la delicadeza, la intensidad de la mirada en unas pupilas infantiles y expresar con los actos de nuestra vida.

Sólo nos queda el ya. Somos lo que existimos al plasmarnos en el recuerdo del otro, con la intensidad del momento compartido. Furia del verbo. Firme la mano firme para estrechar los tiempos de un amante amigo o un amigo amante.

Sólo existe el ya para dar el paso decisivo. Ir levando anclas, ir soltando garfios. Recoger todos los vientos para convertirlos favorables, para que hinchen nuestras velas, para avanzar por los mares, para convencernos de nuestra condición de hombres libres atrapados por la Tierra.

A pesar de la prisa, la urgencia, la histeria y el asfalto, aún nos queda el ya.

“Las cuarenta en copas”

© César Sobrón

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Lo necesario e imprescindible

Tú también eres un ente amable,

digno de ser amado;

una fuente de amor,

si así te lo propones,

si, al relacionarte con el exterior,

ante la duda,

respondes con una sonrisa clara,

un abrazo limpio

y una mirada intensa.

Un dulce…

a nadie amarga.

II

∞ ∞ ∞ ∞

El amor

también es una pértiga elástica

que nos ayuda a superar

listones elevados

y profundos abismos.

Una mirada de deseo

nos transforma en dioses.

Un beso sincero

nos libera del espacio

y el tiempo.

IL

Sugerencias amatorias

© César Sobrón

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Retrato de lo invisible

Fotografía: © Fco. José Cano Tapia

Acercarse a los cristales, subir persianas, calles vacías. Cerrar los ojos, silencio. Abrir las fosas nasales, aire puro con aroma a tormenta pasada.

Son las ocho. Medio barrio, asomado a las ventanas, aplaude. Las palomas revolotean asustadas. Sirenas de ambulancia compiten con los mirlos en tragicómica serenata.

El pueblo apoya al personal sanitario, con aplausos efusivos. Los políticos utilizan las emociones generadas por la pandemia, en sus particulares batallas por el poder. Las morgues se van colmando. Muertos en soledad. Velantes sin muertos. Velantes en soledad. Duelos fríos y dolorosos carentes del calor de los abrazos. Hondas ausencias sin posibilidad de despedidas.

Lo invisible nos domina, nos aísla, nos frena, nos para, nos aboca a la miseria, nos pone contra las cuerdas. Lo invisible arrebata seres queridos, expande ausencias. Lo invisible nos interroga y nuestras arrogancias nos roban las respuestas. Lo invisible reta a la ciencia. Lo invisible, alimentado con la estupidez humana, crece y muta. Crecen los temores, aumentan las sumisiones. Lo invisible nos empuja a mirar de otras maneras más inquisitivas. Lo invisible nos incrementa el espíritu crítico. Con lo invisible se afianzan y tambalean creencias, a un mismo tiempo.

Se pasea, con el deseo, sobre el asfalto de las calzadas vacías. Miles de deseos paseamos por la calle Mayor, nos sentamos en las terrazas, charlamos relajadamente, tomamos el sol. Deseos transparentes. Deseos profundos. Deseos invisibles.

Para algunos, el fin de las vidas ajenas son números de estadística. Para otros, aunque no se atrevan a decirlo, les supone un gran alivio soltar lastre. Para la mayoría, cada ser arrebatado por lo invisible supone una pérdida insustituible.

Lo invisible nos tapa las bocas, pone sordina a nuestras palabras. Lo invisible nos amenaza y nos defendemos fabricando olas de angustia, medias tintas, cobardía, rencores acumulados, interesadas medias verdades, mentiras piadosas que tapen nuestras miserias. Lo invisible se expande. Las unidades se fragmentan, se recelan las alianzas. Gobiernan los temores y ambiciones insaciables por donde asoman los desgobiernos, mientras la ciudadanía camina, entre tanta bruma, hacia el abismo.

Lo invisible ha desnudado emperadores. La hipocresía que embadurna a algunos seres ha quedado al descubierto. En cuanto llegaron las vacunas, tenían que ser los primeros en salvarse de la amenaza. Aprovechando sus posiciones de poder y privilegio, se han apoderado de las vacunas de ancianos, mucho más vulnerables a ser devorados por lo invisible.

Lo invisible es tan poderoso que ha tambaleado y derribado gobiernos. Mientras lo invisible se propaga, los gobernantes se empecinan en lanzarse mamporros dialécticos sin límites de golpes bajos, al tiempo que hacen ojitos, con soflamas muy medidas, al pueblo hastiado e indignado por ser convocados de nuevo a las urnas por dirigentes que, en lo más importante del conflicto con lo invisible, se lían en escaramuzas entre ellos. Lo mismo que la vanidad empujó a la madrastra a mirarse en su espejito mágico, nuestros dirigentes desean transformarnos en gran espejo mágico para que les devolvamos la imagen deseada. ¿Tendrán las palabras adecuadas, capaces de apaciguar todas nuestras suspicacias bien rumiadas, frente a las pantallas, en la intimidad acogedora de nuestras casas?

Me pregunto si lo invisible llegó para avisar al emperador que anda desnudo, que tal vez le convendría mirarse al espejo antes de salir a la calle a presumir de buenas telas ante las buenas gentes.

¿Y si lo invisible, en realidad, sólo fuera la lupa con la que mirar a la humanidad para descubrir el lugar que le corresponde en el Planeta Tierra?

Lo invisible me mira a lo más íntimo del ser con sus ojos penetrantes para susurrarme con delicadeza que a todos los seres del planeta nos convendría aprender a ser compatibles y mientras esto no ocurra, el dolor, el sufrimiento y las muertes son inevitables, con olas y olas de terribles golpes desde lo invisible. La empatía frente al egoísmo. La armonía frente al conflicto.

Lo invisible nos corta la respiración. Nos atora las venas del cerebro, deshace pactos, colapsa hospitales, mata sanitarios, destroza familias, arruina empresas, acota los patios de los colegios, distancia niños, estresa padres…

El microscopio electrónico sólo puede captar los coronavirus, la cáscara material de lo invisible.

Retratos y caricaturas

© César Sobrón

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Retrato forense del ave Fénix.

Fotografía: Aleko Álvarez

La noticia saltó. Una noticia importante. Salté de mi silla hasta el lugar de los hechos.

Un gran grupo de personas se arremolinaba en torno al cadáver. Unas, indignadas ante el cruel crimen. Otras, escépticas ante semejante espectáculo propagandístico. Algunas, regocijadas por la victoria conseguida. Cuerpos cubiertos con todo tipo de vestimentas, con torrentes de discursos acumulados en su interior fluían de aquí para allá, con mayor o menor ruido. Los volúmenes subían cuando faltaban las palabras para rebatir opiniones de lo más variopintas. En otros grupos la indignación se retroalimentaba con cada movimiento de la lengua, hasta que estallaban las soflamas en gritos unísonos y sucesivos superando en intensidad a una mascletá valenciana. La indignación por la agresión sufrida tenía más fuerza que la pólvora. Los gritos, los susurros y los cantos se expandían en todas las direcciones.

El hecho con el que me encuentro es un tropel de personas, en su mayor parte con la indignación estampada en el rostro, respondiendo a un crimen cultural.

A su vez, el crimen es la respuesta de alguien a la propuesta artística, que pretende recordar a la comunidad la importancia de un grupo de mujeres sobresalientes como representación del gran colectivo silenciado durante siglos.

La obra nace de la necesidad social de mantener un discurso de igualdad, porque las desigualdades permanecen y amenazan acrecentarse. Esa realidad social es captada por la alta sensibilidad de Zaida Escobar, Manu Cardiel, Lorena Zamora, Yolanda González, Aitor Almeida y J. Martínez, hasta construir un mural circular. Tiene tal fuerza la obra conseguida entre todos, que la respuesta agresiva del espectador impotente, ha sido rápida y ha disparado toda su ignorancia, toda su arrogancia sobre los rostros de las representadas con signos y pintadas.

Fotografías: Aleko Álvarez

Si algo ha demostrado Zaida, a lo largo de toda su carrera, es su capacidad para la colaboración y la improvisación. En vez de empeñarse en restaurar la obra tal cual estaba, ha preferido que, por ahora, ante el impulso de voluntad de participación de los vecinos, como respuesta a la agresión, se transforme en soporte de un grito colectivo por la igualdad real, los hechos. Hechos cotidianos en igualdad, desde la intimidad de las casas, hasta los más altos cargos del poder, pasando por las empresas… Un grito para exigir un respeto. Condensadas todas las palabras en un grito desesperado: ¡Pasemos a los hechos! Hagamos que cada ser tenga derecho a ser respetado tal cual es y sea valorado, justamente, por sus hechos. Ha llegado el momento de incrementar las colaboraciones para generar sociedades más cultas, más respetuosas, más maduras, más justas.

“Retratos y caricaturas en tiempos de pandemia”

© César Sobrón

8 de marzo de 2.021

Fotografía: Aleko Álvarez
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El premio

Fragmento (Relatos impresionistas)

“…

  Los árboles, mecidos por los vientos que traen las conversaciones de los estudiantes, mientras salen a fumar o a descansar un rato, a la puerta de la biblioteca, silencian las partes más interesantes. Es divertido escuchar a retazos. Queda a la imaginación de cada cual la reconstrucción de lo que falta en los diálogos y discursos. Se nota su nerviosismo ante los exámenes, sienten miedo a no saber y fracasar, con cada dato nuevo han de recomponer todo su ser. El proceso de aprendizaje es intenso, más si se contamina con el movimiento emocional provocado por las hormonas y, si a todo ello unimos que es primavera, queda descrita la escena, aunque los árboles me la ocultaran. Con el eco de sus voces me han llegado a la memoria mis tiempos de universidad, tiempos en los que todo era tan eterno como lo que tardara en llegar un dato nuevo que cuestionara todo lo conocido hasta el momento. Saltar de sorpresa en sorpresa, de miedo en miedo a no dar nunca la talla; tiempos en los que la consciencia de la ignorancia crecía aún a mayor ritmo que la adquisición de conocimientos. Tiempos para el anclaje de los mitos en el pensamiento que nos ayudaran a superar el pánico que nos producía el caos en la ignorancia. Una ignorancia controlada con los mitos que el entorno nos ofrece. Y mi entorno eran los libros, la biblioteca del abuelo, con las paredes llenas de universos. Universos llenos de vida, personajes habitando el interior de las páginas. La emoción de ascender, trepando las estanterías hasta los lugares más recónditos donde estaban los libros ocultos, los libros prohibidos. Con ellos comprobaba la profundidad de mi ignorancia, por más que leía no me enteraba de nada, me faltaban muchos datos para poder comprender y asimilar los discursos de sus palabras…”

            © César Sobrón